—A ver… no sé… cómo te explico.
Esa es la primera línea de Falsa Familia, la nueva novela de Carlos Ríos, editada por EME. El que habla es el protagonista y lo que intenta explicar es una obsesión: no puede parar de hablar de su trabajo como coordinador de talleres literarios en cárceles. Las casi 200 páginas que le siguen desbordan ese intento. “El gran problema de los que trabajamos en contextos de encierro, en contexto de privación de la libertad es justamente ese: hay un momento en el que estás en tu casa o en una cervecería o en algún lugar y alguien te dice: ‘trabajás en la cárcel, lo que debe ser eso”, y no querés contar nada pero a la media hora estás como una máquina hablando del pabellón, de los motines, de los muertos”, nos dijo Ríos que, al igual que el protagonista, también es coordinador de talleres literarios en cárceles, “entender que uno también está preso, de algún modo está sobre escrito por la experiencia carcelaria. Pasás a ser parte de esa ‘falsa familia’. Porque, en general, en el contexto educativo se piensa que somos todos como una gran familia, que supuestamente queremos todos lo mismo, y en realidad en el día a día eso está muy distorsionado. Todo es mucho más distorsivo y para nada romántico”.
Carlos Ríos publicó más de veinte libros, entre ellos Lisiana, En saco roto, Cuaderno de Campo, Manigua o Cuaderno de Prypiat (que si extrañan a Rosario Bléfari les dejamos el comentario que hizo ella sobre este título). Además, dirige el proyecto editorial Oficina Perambulante, es miembro del consejo editor de Bazar Americano y coordina talleres de lectura, escritura y producción editorial en cárceles bonaerenses. Este último oficio de tallerista es el que comparte con el protagonista de esta última novela, la mencionada Falsa Familia (en adelante, FF). Pero ojo: no es una novela autobiográfica. No totalmente, al menos.
Está dividida en cuatro partes. La primera y la última, el protagonista tiene una historia de amor, o algo similar, en el ir y venir de los días, atravesando su obsesión con su trabajo en la cárcel, sacando cuentas en los negocios. La segunda parte está construida en base a relatos de sus alumnos, voces insertadas en la novela que muestran sus formas de decir desde el encierro. Y la tercera es en forma de diario en el que registra en primera persona lo que pasa adentro, lo que vive afuera, los ejercicios, los alumnos o los autores que iguala citando a todos con la inicial en minúscula. Además, acompañan fotos de manuscritos o dibujos de los alumnos, o de carteles en la calle, o de perros, que refuerzan el verosímil: Ah, todo esto pasó, ¿no? ¿pasó? Está el encierro, está la cárcel, pero no carga con el show televisivo al que nos han acostumbrado los relatos “tumberos”, ni con el morbo en torno a la violencia, ni con el melodrama de la injusticia. Acá están los colores de la cárcel, claro, pero es otra cosa. Hay vida adentro y vida afuera, hay precarización, hay policías y otros docentes, hay cenas, mucho bondi, algo de sexo, un poco de neurosis. Pero principalmente está la búsqueda sobre la libertad que permite el trabajo sobre el lenguaje, no sólo a los presos, también a los que estamos afuera, también al que entra y sale como el tallerista que nos cuenta la historia.
FF salió hace unos meses, recién está empezando a encontrarse con sus lectores. Como queríamos conversar sobre la novela y más allá también, el viernes pasado nos reunimos vía zoom los dos ociosos con el autor desde tres lugares distintos del mapa argentino y charlamos un largo rato, que podría haber sido más. Esa charla, igual que la experiencia de trabajar en contextos de encierro, es casi intransferible, así que por ahora acá va esta versión acotada.
—¿Estás contento con la novela?
—Todavía la abro un poquito y la cierro, estoy como demasiado cerca. Es una novela con la que me sentí en parte aliviado al escribirla. Si bien no diría que es autobiográfica del todo, porque en principio es una novela y elegí montar esas escrituras, esas voces y esas imágenes en esa combustión orgánica que es una novela. Lo autobiográfico se podría considerar como mi experiencia, porque hace una década soy tallerista en cárceles y el protagonista también es un tallerista, pero me interesa justamente eso, esa aproximación del artificio narrativo cuando se superpone con la vida misma. Me encanta ese filo. Cuando la abro y la veo, detecto eso. Estoy conforme con el resultado, trabajamos mucho con los editores de EME, con Harry (Juan Fernández Marauda), con Vero (Luna), con Agustín (Arzac). Es una novela muy escrita, muy revisada, con trabajo de edición y esto me gustó también porque hacía rato que no publicaba una novela como yo publico, en una editorial independiente en formato industrial. Yo trabajo con la Oficina Perambulante, en libritos de relatos largos o cortos, pero hacía rato que no experimentaba con un texto grande, entrando y saliendo. Fue recuperar ese estado de novela y sobre todo también encontrar en EME editores, verdaderos editores, eso me interesó mucho porque sentí que no estaba escribiendo el libro solo, ¿no? Uno piensa que el que escribe el libro es el autor y la otra gente hace decoración, y no es así: la elección de la imagen de tapa, buscar las contratapas, el trabajo de edición adentro, las sugerencias, bueno, eso también es escritura, eso también forma parte de la composición y el resultado final. Creo que si está siendo bien recibido en parte es porque hubo un trabajo de conjunto que generó esa novela más compacta que tal vez yo solo no hubiese podido lograr. Estoy satisfecho, estoy raro porque estoy muy cerca de la novela. Estoy contento de haber regresado después de cuatro años de no publicar, es la vuelta, pero quiero destacar eso: porque generalmente uno se pone a explicar la novela y pierde de vista que uno está escribiendo con otras personas también.
—¿Siempre supiste que iba a ser una novela? Porque dentro de la novela está el formato diario que puede ser tomado como una descarga tuya diaria que luego volcaste al libro, o como parte de una novela planificado desde el principio.
—En principio, empecé a escribir una especie de diario etnográfico de mi trabajo en el celular, sobre todo en 2019. Había un estado de incertidumbre muy fuerte, el momento económico era muy complejo (ahora también hay otras complejidades) pero en ese momento era el fin de ciclo o no, del gobierno de Mauricio Macri. Yo que viajo mucho hacia la periferia de La Plata, tanto hacia Romero como hacia Olmos, esos micros van cargados de trabajadores, trabajadoras, niños, niñas, bebés, miraba cada cara y yo era parte de eso. Y empecé a escribir un poco eso, sin pensar en novela. Escribía en el micro, en la Shell. Arrancaba a la mañana, terminaba a la noche, porque iba a Olmos, de Olmos me iba a Romero, de Romero volvía a Olmos. Por semana tomaba 24, 26 micros y ahí empecé con el celular. Esa toma de notas se me hizo adictiva y también fue un ejercicio de registro. Ese registro tenía 40 páginas más. Fui eliminando muchísimo material de ese tramo porque después se empezó a dibujar una estructura de la novela. Todo eso en 2019 fue haciendo combustión en mi cabeza, ese hecho de prender el celular e ir haciendo ese registro a medias etnográfico. Yo no quería hacer literatura ahí, “voy a poner las cosas tal cual las escuché y tal cual salieron”, y la novela apareció después. Tiene una obra de teatro. Toda esa parte de la obra de teatro la escribí en Romero escuchando a una joven que estaba con su madre. Hay diálogos que están puestos así. Y lo que hago es amplificar eso también. En principio fue una escritura de campo y después vino la novela. Empezó a abrirse paso entre esas voces, ahora que lo pienso el artificio literario aparece como una salvaguarda, ahí empieza a cumplir su función la literatura. Como una función de protección, que ese enquistamiento etnográfico no quedase suelto, en todo su dolor, en toda su desolación. Al ser abastecido por historias, que también vienen del mundo pero están tamizadas por el artificio novelístico, sirvan para proteger esa parte del mundo tan difícil de transitar.
—Hay algo en esos talleres que se configuran como espacios de libertad para los propios alumnos en el laburo con el lenguaje y que a la vez son para vos, y para el protagonista, el lugar de “la obligación humillante de trabajar para conseguir dinero”, como dice Bitar en la contratapa, ¿cómo los planteás con los alumnos, con vos mismo, cómo pensás esa relación con el lenguaje?
—Siempre le pregunto a mis alumnos por qué el Estado proporciona la posibilidad de que haya un taller de escritura, de lectura, de producción editorial en las cárceles. ¿Por qué un taller literario? ¿Para qué? Y lo que conversamos es que si vos tenés pocas palabras para manejarte, el lenguaje también te puede encerrar, puede ser una cárcel. El taller lo que hace es abrir el lenguaje para que nos podamos mover con mayor libertad. Muchas personas cumplen su condena, salen y no saben qué hacer, no saben cómo volver a su casa. Hay un primer choque que es que si no te va nadie a buscar, en la Unidad Penitenciaria te dan un papel que dice que vos saliste recién de la cárcel y no tenés que pagar el boleto. Ya arrancás con un primer estigma. Es muy difícil, si no tenés armada una estructura socio-lingüística poderosa es inevitable que termines llevando hacia tu lengua, tus modos de hablar, todos los berretines, las hablas carcelarias, lo que se denomina “expresiones tumberas”. César González lo denomina “dialectos”. No es la lengua tumbera, es un dialecto. Las lenguas tienen dialectos. Uno es justamente el habla de las barriadas populares y de la cárcel, que se caracteriza por una formulación incesante de neologismos. Todo el tiempo están inventando palabras. Entonces, llevo poemas de Juan Gelman porque inventa neologismos, también Vallejo los ha incorporado a su poesía, Oliverio Girondo está lleno. Para que también podamos entender que ciertos procedimientos que los seres humanos le hacen al lenguaje no deben estigmatizarse, que son procedimientos que pueden aparecer por distintos lugares y que son marcas culturales. Entonces, en principio eso, pensar qué le podemos hacer al lenguaje para que el lenguaje se abra más y para que seamos más libres, y para que nos podamos mover y no tener vergüenza de no hablar ante alguien por temor a no utilizar “el habla de los justos”, como dijo un alumno una vez. “Yo no hablo el habla de los justos” o “Yo no hablo normal”, bueno, eso se destierra en el taller. No hay normalidad, lo que hay es contexto o situación comunicativa, no hay ningún habla de los justos. A mí me gusta hablarles cuando empezamos a hablar de algunas expresiones, de algunas imágenes o figuras que el lenguaje arma para generar sentidos. Pienso en Maradona diciendo “la pelota no se mancha”. Bueno, al auto del lenguaje él le hizo un rayoncito, una marquita. Eso es estar en el lenguaje. Algunas canciones de Los Redondos, alguna literatura, alguna canción de L-Gante. Hacerle cosas al lenguaje es dinamizarlo y es también de alguna manera romper las hegemonías del discurso mediático, de ciertos discursos políticos. Ahí trabajando sobre el lenguaje es donde realmente podés empezar a pensar, anticipar algunos problemas, ver cuáles son las mejores formas de afrontar la ausencia de un ser querido, cómo podes amar, divertirte, escuchar también. Es un ejercicio de escucha, porque encontrar las palabras es ir escuchando cómo suenan, cómo suenan en tu boca. Sobre todo en la segunda parte de Falsa Familia, que es más experimental, lo que hice ahí es re-trabajar y re-escribir algunas matrices de escrituras propias de las personas privadas de su libertad. El capítulo que está lleno de puntos, una letra un punto una letra un punto, que es casi ilegible, fue llevar al extremo algo que detecté en un pequeño ejercicio de escritura, porque había alguien que escribía así. Después, textos todo con mayúsculas, con faltas de ortografía o con la sintaxis totalmente rota, destruida, y bueno, cómo hacés para recomponer ese rompecabezas, como hacés para ordenar esa sintaxis, no para normalizarla sino para que esa persona pueda encontrarse en lo que dice. Mucha gente no se encuentra en lo que dice, habla pero no se puede reconocer ni siquiera en lo que está diciendo y eso es tremendo, es una de las peores desigualdades que hay. La desigualdad económica la conocemos, pero las desigualdades culturales son las que yo desprecio, incluso más que la económica.
—Está ese dialecto y está la lengua oficial, la que habilita, que es la del juez que lleva las causas de cada preso o presa. Y a partir de la parte del libro donde el tallerista ayuda a los presos a escribirle al juez, pensé en invertir los roles de ponerte a vos como autor para preguntarte si pensás a los lectores como un juez.
—En el taller trabajamos con textos en todo en torno a la mirada. Quién te mira, cómo miras, cómo te miran. Entonces empezamos a trabajar fuerte lo real, lo virtual, la mirada, de cómo nos van posicionando en el mundo también quienes nos miran. En una entrevista, Paula Sibilia habla de eso también en torno a las redes, dice que quien nos mira nos evalúa, nos juzga, y cuando nos aprueban en las redes sociales con los likes o nos reprueban también, todo el tiempo estamos siendo evaluados, por el sistema de imágenes y lectura que son las redes sociales. Creo que esa matriz, que ya está muy instalada en la forma de relacionarnos los seres humanos del siglo XXI, también generan modos de leer. Entonces cuando mucha gente se mete a leer una novela tiene en mente también eso. Yo de joven había aprendido que una de las potencias propias de la literatura era la suspensión de la moral, que vos podés “entrar” y escribir cualquier cosa: “Hoy me levanté mal y corté veinte cabezas y corté 8 brazos y los tiré al río”. Y uno podía leer en ese procedimiento las cuestiones de la humanidad. Pero ahora que lo literal se va sobreimprimiendo hacia el campo de lo literario, también admite la evaluación de lo que se está leyendo. Leemos evaluando, somos todos como jueces, juezas. Y además, estamos en un mundo muy protocolizado. La gente (cuando digo “la gente” también me incluyo, pero al menos me doy cuenta de eso y trato de revertirlo, a veces me descubro que también tiendo a sancionar lo que no me gusta o no me interesa) quiere tener garantías de que si se mete en algo tiene que salir bien. “¿Nos ponemos de novios?”, “Sí, pero necesito garantías de que esto va a funcionar”. Ese sistema de evaluación es posible que también te pase a veces de manera involuntaria, porque no es que uno dice “hoy me levanto y a ver a quien voy a juzgar”. Todo aparte muy rápido, muy acelerado: vas viendo una imagen, ponés un like. Te metés en Instagram, ves una historia. Y estás viendo 200 imágenes por día durante un año, dos, tres. Todas esas formas de percepción atraviesan las relaciones humanas, y también las expresiones artísticas. Me imagino lectores que vayan hacia Falsa familia que pueden estar atravesados por estas cuestiones, pero justamente lo interesante que puede resultar chocarse con esta novela es que no es decididamente una novela testimonial y tampoco es un artificio narrativo al 100 por ciento. Es autobiográfico pero ¿hasta dónde?
—Hubo algunos lectores que hicieron reseñas ya, como Kohan, Quintin, Jeréz en El Diletante…
—Está buenísimo que las cinco o seis reseñas que salieron agarran la novela por distintos lugares. Me evita tener que explicarla. No tengo que andar explicando lo que escribí ni reforzando el tema, ni tampoco estoy bajando línea de lo que es la cárcel, no me interesa eso. Hay una frase que no recuerdo bien donde la leí: “Escribir es un poco ir hacia la sombra”. A mí me interesa ir hacia un lugar que no está iluminado, en una zona sombría, medio perturbadora. Hay que caminar hacia las sombras, hay que arrimar la escritura a esas zonas que no están narradas. Porque si no seguimos siempre en el juego de las convenciones y de las tematizaciones. Y el que generalmente tematiza es el mercado. Para mí, todo lo que se escriba como literatura está perfecto, para mí tiene que escribir todo el mundo, toda la Humanidad debería escribir novelas, libros de poemas, lo que fuera. Pero el mercado arma un esquema, protocoliza su producto: quien va a vender un shampoo, una crema de enjuague o un whisky, también le pone etiqueta atractiva. Hay mucha literatura que viene con aditamentos, con conservantes, con químicos, con esas cosas que no sabemos qué son pero tienen nombres largos, con elementos que no son los que tenemos que ingerir pero vienen metidos ahí porque ayudan a darle una apariencia que es un producto agradable de ser consumido. Y también tiene que ver con la expectativa que tienen las personas que escriben sobre lo que escriben y lo que quieren que pase con lo que escriben. Para mí que ya he publicado varios libros, no tengo esa expectativa: me han traducido, este año sale “Cuaderno de Pripyat” en Brasil, yo estoy tranquilo con todo eso, no tengo una expectativa con mi figura de autor. Porque no hay peor cosa que tener que cumplir desde la literatura que es algo creativo, que nadie me obliga a escribir nada, de tener que andar cumpliendo expectativas ajenas. Me parece que ahí está el problema. Cuando vos dejas de cumplir la expectativa que tienen otros sobre tu literatura, ahí podes escribir de una manera libre. Quintín lo remarca también, que el sistema carcelario es un poco como el sistema literario, hay algo endogámico, cerrado, es todo un círculo. Si te fijás, en los concursos literarios los jurados son siempre los mismos y lo que se elige es más o menos lo mismo… Entonces, apartarse de todo eso, tiene que ver con poder elegir una novela como FF y dejar que ocurra de esa manera, ¿no?
CUESTIONARIO DEL OCIO X CARLOS RÍOS
Un consumo “vergonzoso”: una serie, una película, un libro y/o un disco.
De chico, escuchaba en secreto los cassettes de José Luis Perales que tanto le gustaban a mi madre.¿Con qué te permitís procrastinar y con qué odiás que te pase?
En general con todo lo que hago porque necesito ir más lento; odio que me pase, pero después de varios años de trabajar en redacciones, llego justito antes del cierre.“Escribe borrachx, edita sobrix”; ¿estás de acuerdo? Justificar.
Ni borracho, ni sobrio; la escritura va en ascensor, la edición por escalera.¿Le dedicás tiempo al juego? ¿A qué jugás?
A diario, juegos mentales de composición literaria: leo algo, le cambio palabras, lo doy vuelta, armo frases paralelas.¿Te sirven las consignas literarias para escribir?
Sirven a la hora de dar talleres; ni bien se las abandona, empieza la escritura.¿Escribir es más un trabajo, una necesidad, un goce…?
Un gran ovillo donde cabe todo eso y más.¿Al lado de qué otros libros ubicarías el tuyo en una librería?
Qué lindo sería colarse en un estante donde estén El fetichismo de la marginalidad, de César González; Falconer, de John Cheever; Bancáme y punto, de Liliana Cabrera; El apando, de José Revueltas; Vidrio, de Gabriela Borrelli Azara; De profundis, de Oscar Wilde y Ultra Tumba, de Leo Oyola.¿Qué libro dirías que es un libro ocioso?
No sé… ¿un diccionario?¿Cuál es tu ceremonia del ocio preferida?
No hacer nada mientras viajo (y viajo mucho).

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Falsa familia, se consigue acá.
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