Hoy compartimos un texto ajeno. Se trata de Cabotaje, el texto que preparó Luciana di Leone para la presentación virtual de Ensayo de Vuelo, de Paloma Vidal, el pasado 4 de octubre, inaugurando la colección Madriguera de ensayos sobre arte y literatura, de EME Editorial.
Paloma Vidal nació en Buenos Aires y desde los dos años vive en Brasil. Publicó novelas, obras de teatro, libros de cuentos y de poesía, entre otros, que fueron traducidos al español, francés e inglés. Además, tradujo a autores como Clarice Lispector, Adolfo Bioy Casares, Margo Glantz, Tamara Kamenszain. Y enseña Teoría Literaria en la Universidad Federal de San Pablo.
Ahora sí, ¿quién más quiere subirse a un avión y volar?
Cabotaje [1]
Es difícil presentar un libro cuando algunas personas muy queridas y admiradas ya dijeron algo sobre él sin entrar por los mismos caminos que ellas apuntaron. Y también es difícil hablar de un libro intentando no perder de vista su sobrevida, su traducción, su nueva edición y el tratamiento gráfico y los sentidos que se le suman en esa diferencia. Empiezo entonces declarando que hablo del libro en compañía, escuchando las lecturas que con él, vienen juntas, con el desafío de decir un poco lo mismo, pero también algo más y otra cosa.
Desde el comienzo, el libro nos anuncia algunas coordenadas y proyectos, contándonos lo que se hace, al mismo tiempo que se hace, como si el libro nos dejara ver tanto el resultado final como sus bambalinas, su producto y sus condiciones de producción, como si nos dejara ver el vestido del lado de la costura[2]. Dicen las primeras líneas:
“estoy en el avión. leo el comienzo de dos libros de dos chicas que hicieron sus valijas y atravesaron el océano y fueron a vivir a europa. Pienso que quiero escribir algo que tenga que ver con ellas […] necesito, después de esos dos comienzos, hablar de un viaje, un viaje de ida sin vuelta en el horizonte” (p.5).
Para lograr hacer esto que necesita, con cierto aire y ritmo de desafío, marcada por el vértigo del límite autoimpuesto, como cuando nos proponemos contar los segundos que aguantamos la respiración abajo del agua, la narradora Paloma (¿Paloma Vidal?) decide escribir en el block de notas del celular la máxima cantidad de caracteres posibles sobre el tema en el tiempo que dura este corto vuelo entre Buenos Aires y San Pablo. Adónde va a llegar es incierto, para nosotros y para ella, porque de hecho los planes son pocos, salvo por las restricciones técnicas. El proyecto, de momento, es comenzar y seguir. Seguir. Pero siempre hay algo que molesta… la llegada de la azafata con el café, por un lado, pero también el hecho de vigilarse, volver para contar las palabras o, más terrible, dudar o pensar un poco lo que se escribe, percibir que viene una idea y no viene. De hecho, se calcula todo el tiempo, cuántas palabras se llevan escritas, cuantas se podrían escribir si no parara, decide que no va a parar, pero aparecen interrupciones. El libro está plagado de cálculos, como dice Carlos Ríos [3], pero cálculos que no cierran. El texto se mueve así entre el buceo en las cuestiones que quiere tratar y la interrupción que el método y las circunstancias que se le imponen.
Más allá del experimento de escritura y más allá del tema o del enigma que la narradora se propone resolver, o revolver, hay algunas consecuencias de esta escritura, que parecen tener que ver con la posibilidad de seguir, no ya este texto, sino con la escritura de la propia vida. Si para Carlos Ríos se trata de un “esquema para sobrevivir”, un artilugio para mantenerse en actos, también para Tamara Kamenszain, que abre con él su hermosísimo Libros chiquitos,[4] este Ensayo de vuelo de Paloma es ante todo un motivo para escribir, para seguir. Un texto que teniendo como primer motor la lectura de otros dos libros, la hace continuar escribiendo a ella misma, la motivan para escribir un “libro chiquito”, sin tener grandes palabras para decir. La ayudan a seguir escribiendo como un ejercicio de vida, y una vida acompañada.
En otro texto, leyendo la lectura de la lectura, y reconociendo esa característica de que Ensayo de vuelo se escribe con poco, con lo que hay, con los recursos que se tienen a mano, y asumiendo que no se llega nunca a narrar una historia, es que Florencia Garramuño nos dice: “[Si el] riesgo de la vulnerabilidad tersaba apenas la superficie de su escritura [en sus libros textos anteriores], Ensayo de vuelo, en cambio, hace de esa fragilidad el núcleo duro del relato”[5]. Tal como el núcleo del horizonte es el círculo blanco que se recorta, frágil e imponente en la tapa del libro. En esa paradoja, entre la vulnerabilidad y la dureza del núcleo, donde lo que hay para decir – se tiene que decir – es la propia vulnerabilidad, donde lo que hay para hacer – se tiene que hacer – es mirar el blanco que aparece en la tapa y no intentar llenarlo, justamente ahí, tengo el desafío de yo misma escribir o decir algo más. De hablar sobre el libro, junto con esas otras lecturas y junto conmigo misma, vaya a saber lo que sea eso, porque – como pocas veces – me sentí interpelada en las reflexiones del vuelo que hace la narradora, que hace Paloma Vidal, que yo hago, algunas veces por año. Reconozco que estoy en ese vuelo. Entonces volvamos al avión:
El vuelo entre Buenos Aires y San Pablo dura dos horas, un poco más si el destino es Rio, un poco menos si es Florianópolis. Son vuelos internacionales, pero no parece. Quien los hace habitualmente, quien no tiene ya el sueño paradisíaco de arena y mar – o de vino y librerías -, sabe que esos son vuelos de cabotaje, o casi. Son vuelos domésticos, o casi. Vuelos chiquitos. Viaje entre dos puertos conocidos (nada que ver con la Europa lejana de las protagonistas de los libros que lee la narradora, o la de su hermana), los aterrizajes de este viaje son previsibles, casas conocidas, aunque esa familiaridad se vaya intranquilizando a lo largo del texto a lo largo del viaje.
El texto que se escribe en un vuelo así, podría ser llamado también – en consonancia con la pequeñez ética que señalaban Tamara Kamnszain, Florencia Garramuño o Carlos Ríos, o con la “pobreza honesta” que le conocemos a Walter Benjamin – como texto de cabotaje. Un poco porque se puede leer en ese tiempo del vuelo corto, en un rato y de un tirón, así como fue escrito. Pero también porque, como sugiere esta nueva edición Argentina, podemos asociarlo a la dimensión marítima de la idea de cabotaje. La edición, como dije, nos disloca por un segundo del avión para llevarnos al mar – o al rio sin orillas – y al horizonte incógnito. En el vocabulario marítimo el cabotaje hoy se refiere a la navegación que hacen los barcos sin apartarse mucho de la costa. De en un lado de la vista, se encuentra la tierra y, del otro, el mar abierto. La tierra, en principio, sería el punto de referencia y la localización inmediata. El mar, el salto al vacío, el horizonte no planificado – tal como se describe el viaje de la hermana que tanto se quiere entender. El viaje de cabotaje, según algunas etimologías, se referiría al ir navegando de cabo en cabo, de punta de tierra en punta de tierra, para no perderse en altamar, optando por una ruta más tangible. Aunque, por su proximidad con la costa, existe el riesgo del tráfico, de encontrase con otras pequeñas embarcaciones, de no tener espacio para maniobrar, de no contar con la fuerza del viento para moverse, de – en el peor de los casos – estrellarse contra las piedras de la costa. Tocar de la peor manera.
En el texto de Paloma, como dije, se va oscilando entre el movimiento de avance en la narración/especulación del tema y el retorno al texto, dialécticamente, incalculablemente, movimiento que es aprovechado por la edición que juega con el espaciamiento de las líneas y el tamaño de las letras, provocando momentos de mayor densidad para el ojo, momentos donde creemos que las letras nos permitirán agarrar más sentidos, y momentos de grandes espacios que nos hacen pasar las páginas muy rápido en la lectura, perdiendo los anclajes anteriores, aun cuando fueran siempre provisorios.
Como si acompañaramos esa relación dialéctica entre densidad y espacio, grande y pequeño, tierra y horizonte abierto, vemos que, si la narradora está en un vuelo de cabotaje, las chicas sobre las que quiere escribir (porque, cito, precisa “hablar de las chicas, de sus partidas, de por qué se fueron, [porque] quiero a través de ellas imaginar la partida de mi hermana”) hacen viajes transatlánticos, saltos al vacío, saltos a nuevas vidas. La narradora – ¿Paloma Vidal?, ¿yo? -, al contrario, ve una gran diferencia entre ese “gran salto” a lo desconocido, a lo no planeado, con valijas enormes y su “ensayo” vuelo, ese vuelo que no llegaría a ser tal. Para ella sus vuelos son cortitos, sus estancias en otros países sólo temporarias, sus mudanzas son vistas como más tímidas, menos valientes, porque las hizo acompañada y no sola, como las chicas.
Ese “punto ciego y punto fijo” que es estar acompañado se asocia momentáneamente a haber rechazado una libertad sin límites, y a una poca valentía. Cuando lee sobre las protagonistas de los libro: “me viene algo completamente diferente, alejado de mí, que tiene que ver con una libertad inmensa. Una libertad que desconozco. De la cual me alejé”. Ella reconoce, en una lectura bastante cruel de sí misma y de sus permanentes desplazamientos: “ya escribí sobre la diferencia entre viaje y mudanza, y eso es lo que acá retomo, ya escribí quiere decir que ya simulé una cosa cuando se trataba de otra, quiere decir que ya escribí que me mudaba cuando, en realidad, había sido un viaje temporario” […] “viajar, temporariamente, no impone la misma valentía o el mismo sufrimiento que mudarse” […] “retomo esto acá pero con la diferencia de que me esfuerzo por no disimular de qué lado estoy. Y de qué lado está mi hermana”. Como sucede a lo largo del todo el libro, la narradora intenta calcular una vez más, comparar, poner una puntuación certera en sus evaluaciones, llegar al centro de las ideas. Pero el resultado del cálculo nunca cierra bien (en principio no hay nada que funcione como “regra dos nove”). La narradora parece tener bastante claro, quien tiene coraje en todo esto y quién no.
Pero no nos dejemos convencer tan fácil. Por un lado porque, aun sabiéndose frágil sigue escribiendo. Talvez porque, mismo sin enunciarlo, la narradora sospeche que en la distancia que está entre ella, Paloma Vidal y el yo está el “gran salto” como decía Pizarnik. Y por otro, porque si la narradora se angustia en sus comparaciones infructíferas a las que se le suma la ansiedad por llegar a algún lugar con el texto autoimpuesto, en ellas aparece una superposición de texturas, de otros viajes, montones de viajes como prehistorias de este, chiquitito. Porque a los desplazamientos “seguros” que se intentó hacer pasar por “naturales”, se les pegan como camadas geológicas al mismo tiempo íntimas y públicas otros vuelos: el viaje de la infancia con sus padres al final de los años 70 (el viaje del exilio de sus padres, y el suyo propio aunque tengan densidades diferentes), los viajes para escribir cosas que no se escribieron, el viaje de su hermana que podría tener entre sus motivos el golpe de 2016 que derrocó a Dilma. Es en la superposición de viajes y camadas entre lo personal y lo colectivo, que este vuelo de cabotaje deviene una lectura histórica posible, una lectura política que incluye perspectivas no contempladas en una historia objetiva. Porque entre el relato que debe ser contado como intervenciones públicas, como políticas de Estado en el marco del establecimiento de una memoria institucional por memoria, verdad y justicia – de esto no hay dudas – y el relato fallido e inacabado de esta narradora, aparecen esquirlas de experiencia, irrecuperables de otro modo, sutiles, y tensas. La narradora lee en uno de los libros: “un exilio feliz, un exilio del que no se quiere volver no es un exilio”. la frase me paraliza.” Parálisis de la no correspondencia con la experiencia singular.
Tal vez me ayude, para explicar ese lugar poco claro de esta historia en la historia, la traducción de un poema de la propia Paloma Vidal:
Albatros
ellos preferían
no hablar
playa
de Ipanema
posto 9
a la izquierda
los años 80
pasaron
sin que viéramos
nada
ellos venían
cuando mis papás
viajaban
a contramano
huyendo del calor
y quien sabe
de nosotros
playa llena
olha o mate
olha o biscoito
nosotros
no comprábamos
nada
los sánguches de miga
en el telgopor
la sombrilla
las sillas
mis abuelos
sentados mudos
para no atraer las miradas
los 80
pasaron
y yo no vi nada
ellos preferían
no hablar
aprendí
la playa
llena
el mar bravo
mi abuelo
casi no sabía nadar
se tiraba
y flotaba
yo corría
por la arena
llamándolo
no escuchaba
el mar
lo llevaba lejos
y yo no entendía
la arena
hoy
mis chicos
me llaman
yo prefiero
no hablar
en el auto
ellos
quieren saber
“cuando
vos eras chica”
yo no sé
si en vez de hablar
yo me tiro
y floto
el azul
cubre todo
el azul
soy yo
es como
formar parte
es como
volar
en el agua
es como
estar
en dos lugares
al mismo tiempo
manejo
muda
me gustaría
hablar
en el cartel dice
“ensenada del albatros”
ellos quieren
saber
qué es
un albatros
les digo
que es un ave
que parece
no estar hecha para volar
pero vuela [6]
La superposición entre viajes, entre exilios, entre lo temporario y lo permanente, y la imposibilidad de medir sus alcances, cuál es más o menos soportable, nos tiran en la cara la urgencia de recortar las historias singulares en historias colectivas. La narradora está sola en el avión, pero va acompañada otras de historias. Porque, al final, ¿quién mide cuán alto es un vuelo? ¿Y cuán vacío es un vacío? ¿Cuántos quilos en la valija hacen de un viaje un salto al vacío? ¿Y cuántos un exilio? ¿Cuánta alegría hace de un exilio un viaje? ¿Quién puede definir la fisionomía que se debe tener para volar?
En su coraje en tono menor, Ensayo de vuelo nos abre ese espacio, ese círculo blanco en el horizonte que nos permite, como dice Tamara, escribir un poquito a nosotros mismos. Parece que no estamos hechos para volar, pero aquí estamos.
[1] Texto escrito para la presentación del libro Ensayo de vuelo, de Paloma Vidal (trad. María Guillermina Torres), editora EME, La plata, 2020 realizada el día 04 de octubre de 2020.
[2] Cf. Tamara Kamenszain, “Bordado y costura del texto”, Historias de amor (y otros ensayos sobre poesía), Paidós, Buenos Aires, 2000.
[3] Carlos Ríos en “Esquema aéreo de supervivência”, em Cuaderno WhR (2 de octubre de 2020). Disponible en: https://cuadernowhr.com/2020/10/02/esquema-aereo-de-supervivencia/
[4] Tamara Kamenszain, Libros Chiquitos [colección Lectores], Ampersand, Buenos Aires, 2020. De hecho, la edición argentina del libro de Paloma Vidal incorpora un fragmento de este texto en su solapa.
[5] Florencia Garramuño, “Elogio de lo inacabado” en Bazar americano, septiembre-octubre 2020. https://www.bazaramericano.com/resenas.php?cod=926&pdf=si
[6] El poema fue publicado en el libro A nossos pés (7Letras, Rio de Janeiro, 2017), antología organizada por Manoel Ricardo de Lima, con poemas en homenaje a Ana Cristina Cesar. La traducción es mía.
* Esta entrevista se publicó en la primera edición del newsletter La Ceremonia del Ocio, al que podés suscribirte acá.