Esta semana que pasó, más precisamente el lunes a la mañana, cometimos un pequeño error que determinó los días siguientes: salimos sin bufanda. Confiados por el sol otoñal y una temperatura cuasi agradable de media mañana, la dejamos colgada en su lugar. No fue tanto una decisión, sino más bien un olvido, como si nos hubiéramos dejado llevar por un sentimiento demasiado cortoplacista: si pensábamos dos minutos más, sabíamos que, cuando el sol ya no estuviera entre nosotros, el frío gobernaría la noche. El calefactor en Ocio nos permitió postergar los efectos del error y cuando cerramos, como nos íbamos a jugar a la pelota, casi que ni pensamos más que en ir entrando en calor mientras pedaleábamos. Pero cuando terminamos de jugar, sentimos todo el peso de aquella decisión matinal: una niebla de película tocaba el asfalto y nuestro cuello al descubierto, ahora sí, abrazaba la idea de enfermarse. Los días siguientes hasta hoy tuvieron al cuerpo entero como centro de disputa en una batalla sin tregua contra la gripe.
Fueron días difíciles, sobre todo sus noches. Nuestras armas: sopas y tés, refuerzos farmacológicos y, como nunca, meternos en la cama a las diez, incluso antes, o como muy tarde a las once de la noche. Las armas enemigas: más y más frío, tirar con unos grados de fiebre, minar con un resfrío, sembrar la tos.
El peor día fue el miércoles. De forma imprevista, atacó más temprano; el sol todavía no había terminado su jornada y el cuerpo sentía dolores por doquier. Nos agarró desprovistos de armas hasta que descubrimos que a mano, en el mostrador de Ocio, teníamos La leyenda del muñeco de nieve, de Francisco Bitar, que editó Marciana hace un par de meses. Es un libro breve, de 116 páginas, y terminó siendo un antídoto: durante el experimento que lleva adelante Bitar, tanto de un lado como del otro, se vivieron los golpes más determinantes. Estuvimos ahí adentro hasta que volvimos al hogar, ahí nos metimos en la cama con una sopa y el libro en la mano, y al rato nos dormimos. Pero fue ahí, esa noche, que empezamos a vencer.
La novela tiene dos partes: La preparación y La leyenda.
En la primera, Bitar parece divertirse y eso nos distrajo. Organiza a modo de ensayo porqué, cómo y desde cuándo (es decir, el origen) contar la leyenda del muñeco de nieve. Plantea los fundamentos, se hace preguntas, pone ejemplos, diferencia entre tipos de muñecos (no es lo mismo el que se hace en los parques, que el de los patios de las casas), ordena el planteo, y de a poco involucra personajes: una casa familiar, una familia que arma el muñeco cada tarde y a la mañana lo desviste antes de que se termine de deshacer bajo el sol, para que a la tarde vuelvan a hacerlo. Habla de la ropa de los muñecos, de los amigos, y también se acerca a, de alguna manera, la psiquis del Muñeco:
La segunda parte, La leyenda, es otra cosa. El relato ya dejó de ser un juego, al menos uno divertido, y empezó a ser eso: otra cosa. Y más aún: otra cosa que nos interpela más directamente para la batalla íntima que estamos dando. El personaje principal ya no le pertenece a Bitar sino al escritor estadounidense Nathaniel Hawthorne de mediados del siglo XIX: se llama Wakefield y está muy enfermo. Tiene una tos difícil de gobernar, está prácticamente inmovilizado en su cama. Es padre de una niña, Lucy, y está casado. Ellas lo cuidan pero él no soporta estar en reposo sin poder sostener su rutina (como nosotros) y sabe que está muriendo. Por eso Wakefield toma una decisión: irse, alejarse de ellas, para volver a su pasado, a los orígenes de una decisión fundamental para quien terminó siendo él mismo. Todavía hay cosas por resolver.
Bitar nos lleva a esa historia invernal, sin hablar de ningún muñeco de nieve. Diáloga, sin decirnos, con aquel cuento de Hawthorne pero quitándole relevancia: no pasa nada si no lo leímos o no lo recordamos. El punto es Wakefield, ese hombre que es padre y esposo, y que se va de su casa a -al menos a intentar- resolver aquello que dejó pendiente en su pasado. Pero entonces, ¿qué nos está queriendo contar Bitar? ¿Cuál es la leyenda del muñeco de nieve? ¿Queremos hablar del muñeco de nieve?
Sobre el final de esa segunda parte, Bitar rompe esa línea narrativa. La corta, en realidad; después la retomará. Pero en ese corte, inserta otra historia: una de acá, fechada entre los años 70 y 2010. Y el narrador escribe en primera persona, y habla de una pareja que son sus padres, y cuenta que (y cómo) se conocen en Santa Fe, que después se mudan a Buenos Aires, que lo tienen a él a principios de los ’80, que los escucha pelear, que sortean las crisis de esos años como cualquier pareja de los ’80, que se separan, que aparecen otras parejas, pero que después vuelven a estar juntos. Y el narrador, una voz que pareciera ser Bitar mismo, se pregunta otra vez por el origen: de lo que son sus padres, cada uno por separado, su madre por un lado y su padre por el otro. El origen de lo que los hace a ellos: cómo los define su primer amor, cómo se definen ellos juntos, cómo son, fueron como padres, cómo son, fueron, como personas que vivieron.
Y ese tramo, que descoloca en la línea trazada sobre Wakefield, pareciera a priori que no tiene nada que ver, que no tiene puntos en común. Sin embargo, hay una familia, hay amores, hay padres que se van, hay padres que vuelven. Y al cerrar el libro, la historia completa, las dos partes y ese inserción aparentemente autobiográfica en la segunda, pareciera tener todo el sentido del mundo.
Pero ¿lo tiene? Pablo Katchadjian se lo pregunta en la contratapa: “¿Qué quiso hacer Bitar?” Y también se lo responde: “No quiso hacer nada, y por eso el libro hizo lo que quiso”.
Nos gustó esto que suma Facundo Gerez en El Diletante:
“Quizá, para echar algo de luz, haya que retroceder en el tiempo algo más de un siglo. “¡Ojalá yo tuviera que escribir un libro en lugar de un artículo de una docena de páginas!”, exclama en un momento el narrador de Wakefield, el cuento que Hawthorne. “Entonces podría ilustrar cómo una influencia que escapa a nuestro control pone su poderosa mano en cada uno de nuestros actos y cómo urde con sus consecuencias un férreo tejido de necesidad”. Quizá ahí haya algo, una posible pista. Bitar, por lo pronto, cumple el deseo del narrador del cuento de Hawthorne: escribe un libro contando la historia de Wakefield, de un hombre llamado Wakefield. Y si hay una reseña posible para este libro quizá esté ahí. Echando mano a las palabras del narrador del Wakefield de Hawthorne, podríamos decir que este libro de Bitar ilustra cómo una influencia que escapa a nuestro control pone su poderosa mano en cada uno de nuestros actos y urde con sus consecuencias un férreo tejido de necesidad.”
Eso sobre la intención de Bitar que, al fin, es lo de menos a la hora de leer, porque quien termina haciéndose cargo de los sentidos somos nosotrxs, lxs lectorxs. Pero si tuviéramos que aventurar sobre qué trata este libro, al igual que Gerez, diríamos que trata sobre la paternidad. No sabemos si Bitar es padre o no, pero eso no importa: al fin y al cabo todxs somos hijxs de padres presentes, ausentes, de los que no supieron cómo estar o de los que estuvieron como de casualidad. Y en el entramado de esta novela que, insistimos, es un experimento bien compartido, con una especie de ensayo en la primera parte y esas historias en la segunda, hechas con padres de tiempos distintos, hay un modo de meterse en los debates que nos atraviesan como hombres en este siglo XXI.
Dijimos que nos dormimos, pero alrededor de las dos y media de la madrugada nos despertamos con tos y quizás un poco de fiebre, en plena batalla. Prendimos la luz y retomamos la novela hasta terminarla. Nos quedamos con las preguntas que se hace Katchadjian, también con otras. A pesar de la crudeza del invierno, de la tristeza que se percibe de fondo, el libro tiene una sensibilidad que lo unifica, que cohesiona sus partes, que humanizan a ese muñeco. Ya no tosíamos. ¿Estaremos como Wakefield?, nos preguntamos. Nos levantamos a mirar por la ventana, pensamos en salir a hacer nuestro muñeco de nieve, pero no nevaba: nunca nieva en Buenos Aires. El perro, por necesidad, pidió salir y no pudimos decirle que no. Yo no te voy a abandonar, le dije. El perro, claro, no sabía de qué le hablaba. Esperaba para salir a la noche, parado al lado de la puerta.
Al otro día, en Ocio, leímos este poema de Watanabe, que empieza así:
Otra vez es tiempo de ir a la montaña
a buscar una cueva para hibernar.
Todavía no cantaremos victoria, pero creemos que esta batalla ya está llegando a su fin. Quizás por los esfuerzos que significó, no pudimos prestar mucha atención a la estupidez de querer prohibir usos del lenguaje en la Ciudad. Como si se pudiera, como si no lo hubieran intentado antes, como si fuese un debate en serio. Winter is coming, eso es lo importante. Habrá más batallas y hay que prepararse.
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La leyenda del muñeco de nieve, se consigue acá.
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