Hablar para reírse otra vez de algún gesto, alguna frase, algún momento. Hablar para volver a lloriquear, para repetir una anécdota propia, para contar cómo nos enteramos, qué hicimos, a quién nos recordó. Hablar para seguir hablando del Diego, porque sí. Hablar como una necesidad, como un deseo. Están quienes lo hablan para atacarlo o cuestionarlo, y están quienes lo hablamos para de alguna manera defenderlo, o defendernos.
Desde el “Me van a tener que disculpar” de Sacheri hasta “si yo fuera Maradona, viviría como él” de Manu Chao. Desde “qué me importa lo que hizo de su vida, me importa lo que hizo con la mía” de Fontanarrosa hasta “no me importa lo que digan de él” de Bestia Bebé. Todo eso con la vida de Diego siendo vivida con la intensidad que supo hacerlo. Diego fue Diego 24 x 7 y su vida fue esa vida minuto a minuto: fue una vida que nunca salió del prime time.
La vida del Diego debe haber sido el tema más mediatizado de los últimos 50 años: desde que pisó una cancha hasta que el miércoles alrededor de las 13 se conoció la noticia. A los pocos minutos de que el mundo entero estuviera al tanto, en twitter hubo dos tendencias en paralelo: Maradona y Maradroga. Ni muerto paró su cuestionamiento. Después siguió siendo tema.
En alguno de los mil videos que vimos de Diego en estos días, lo escuchamos decir que no hay un manual que diga cómo hacer para vivir como Maradona. “Ni habrá”, agregó. Con orgullo, con soberbia, también con honestidad. “Ni habrá” porque nadie le iba a decir cómo vivir y “ni habrá” porque no habrá otro Maradona. Lo que pasó acá, pero sobre todo lo que generó en el mundo quizás sean prueba irrefutable: hubo días de duelo en la India, murales en unas ruinas de Siria, imagen pública en China. Ni hablar Nápoles, ni hablar Fiorito.
Esa defensa de tantos frente al destrato o agresión de otros, continuó estos días. Hubo tipeos urgentes, hubo maneras de entrar en el mundo Diego después de su muerte. Desde cuentos y poesías hasta crónicas y ensayos con el corazón en la mano: Diego hizo hablar más. Y en estos días, además de leer mil anécdotas, revivir videos, estar en la Plaza o repasar fotos, nos leímos a todxs esxs autorxs que leemos siempre. Para hacer más comprensible lo que nos pasaba, para tener las palabras que no supimos encontrar, para habitar las contradicciones que como sociedad (“si es que existe”, planteó Horacio González) sostenemos desde que Diego es Diego y su vida el tema. Y también para sentirnos acompañados, porque también leemos para eso.
En todos los textos hay amor, no fanatismo. En todos los textos se respira no sólo lo urgente, sino la necesidad de escribir (de hablar) sobre Diego.
Juan Diego Incardona le armó su último picado en el potrero y acercó a sus hermanos para que le dijeran: “Pelusa, te llama mamá, te llama papá”. “En el tiempo del reloj, un corazón se detiene y un país se convierte en el hombre de hojalata del Mago de Oz. Tiene sentimientos, pero ya no tiene corazón”, remata. Casi en la misma tónica a corazón abierto de Martín Rodríguez: “Somos ya, un poco, un ex país. Maradona armó un pueblo y una idea de Argentina cuando había desguace y fragmentación. Ya podemos tirar la llave al mar. No fue perfecto pero era Dios”.
Emocionan los poema de Susy Shock y el que un tal Mat Guillian armó con frases del Diego. También este de Liliana Campazzo tiene un objetivo claro: “Yo me robaría el cajón de Maradona”.
“Te lloramos, Diego, estamos llorando porque queremos ser ese pueblo mojado y feliz de bailar con vos otra vez, escribió en su réquiem Gabriela Cabezón Cámara y Mariana Enríquez aprovechó para recordar a su viejo: la muerte no es el fin. Juan Forn escribió una el jueves, corta, hablando de la humanidad del Diego, pero nos interesa la de sus viernes, la de este viernes, en la que habla de Stendhal, pero que si cambiamos el nombre y algunas fechas, pareciera hablar del Diego (hay algún acento de más, un “de” que sobra, alguna coma, denotan cierta urgencia): “Por esa clase de gloriosos momentos es único…”.
Esteban Rodríguez dio vueltas sobre una de sus ideas motoras: no hay un equipo de víctimas y otro de victimarios, no hay ángeles y demonios, porque en el mismo lodo todos manoseados. Dijo: “Todavía hay gente que le sigue levantando la banderita de posición adelantada, que tiene la necesidad de desmarcarse de sus trayectorias sinuosas en la vida privada y pública. Que se mueve por las redes sociales como patrullas morales perdidas. En tiempos tomados por lo políticamente correcto, Maradona nos devuelve la incorrección, siempre jugo en orsai. Maradona siempre o casi siempre fue incorrecto. Esto nos desconcierta también, porque el ídolo se corre del canon que debe seguirse para estar en el panteón. Diego es el bien y el mal, y encima, como reza una canción del Indio Solari, que sabe de estas cosas… ‘el infierno está encantador’”.
Y Martín Zariello viajó al partido con Nigeria, al Cani gritando Diego, Diego, y le copió la definición, abriendo el pie para mandarla al ángulo: “’Miré al arco y esquivé patadas’ le respondió a Charly García cuando le preguntó por el segundo gol a los ingleses. ¡Diego, Diego! ¿Miré al arco y esquivé patadas? ¿Quién podría definir mejor su vida que él mismo? ¡Diego, Diego! Eso es todo lo que hizo en su vida: mirar al arco y esquivar patadas. ¡Diego, Diego! Había, en la solemnidad y los honores con que era recibido en cada estadio del país, un aroma a despedida, a cierre del ciclo del héroe. ¡Diego, Diego! Un atisbo de circularidad perfecta en medio del caos indescifrable de su vida en los últimos diez años. ¡Diego, Diego! Pero a la frase ‘Murió Maradona’ le sigue fallando el verosímil.”
El verosímil que no falla es que Diego vivió: eso lo sabemos. Con todo esto y aquello, vivió. De la nada a la gloria se fue y nos dio más, cada vez.
Entre tanto, alimentó nuestro ocio como pocos. Por eso lo recordamos, por eso estamos acá, hablando un rato más de Diego, el necio que más queremos.
Un abrazo,
nos leemos el sábado que viene.
Ocio
Pd.: esta canción, con este video, es el himno de esta Ceremonia. Entenderán al verlo.