Nada nuevo: una manera de definirse, de explicarse, a uno mismo, es a partir de los amigos que uno tiene. Y de los que no tiene, también. De los que se sostienen en el tiempo, de los que se van sumando al marco de relaciones, de los que se van cayendo. Aquello de “dime con quién andas…” por algo es un refrán popular. Pero cuando no andás con nadie, decir quién sos puede resultar extraño. O triste. O incluso delirante. Algo de todo eso (lo extraño, lo triste, lo delirante) y más, podrían referir a Victor Bâton, el narrador y protagonista de Mis amigos, la novela de Emmanuel Bove, traducida por Salomé Landivar y editada por Mil Botellas hace unos meses.
“La soledad me pesa. Me gustaría tener un amigo, un verdadero amigo, o bien una amante a la que le confiaría mis penas.
Cuando uno deambula, durante todo un día, sin hablar, a la noche, en su pieza, se siente agotado.
Por un poco de afecto, compartiría lo que poseo: el dinero de mi pensión, mi cama. Sería muy delicado con la persona que me brindara su amistad, nunca la disgustaría. Todos sus deseos serían los míos. La seguiría a todas partes como un perro. Bastaría con que me contara un chiste para que yo me riera; si la hicieran sentir triste, yo lloraría.
Mi bondad es infinita. No obstante, las personas que he conocido no han sabido apreciarla.”
La angustia por estar solo, la pobreza, la desesperación por sentirse querido, las ideas sobre uno mismo y el señalamiento a los otros. Todos los climas. Victor Bâton es uno de esos personajes de los que mi abuela diría que no tiene dónde caerse muerto. Vive en una habitación barata de Montrouge, en el conurbano parisino, que paga con la pensión que cobra por una herida en el brazo que le quedó por combatir en la Primera Guerra Mundial. No trabaja, sólo deambula. Y hace lo que hace la gente con tiempo: observa, piensa y sobrepiensa y sigue pensando. Es paranoico y obsesivo. Especula y juzga con todo a su alrededor. En cada charla que inicia con alguien que podría convertirse en amigo, mide sus movimientos, sus palabras, sus gestos, los propios y los ajenos. En nada de lo que dice hay una noción de futuro, sólo ese presente gris en el que no existe un sentido. La vida después de la guerra es puro absurdo, pareciera decirnos Bâton. O Emmanuel Bove, el autor de Mis amigos, considerado una de los primeras novelas existencialistas, antes de Sartre o Camus.
Bove nació en París en 1898 con el nombre de Emmanuel Bobovnikoff. Era hijo de un padre judío ruso sin oficio y una madre luxemburguesa que limpiaba casas de ricos. Nunca se sintió querido por sus padres, por el contrario se sintió desplazado, sobre todo después del nacimiento de su hermano más chico. Fue por una amante del padre, con quien Emmanuel sí se sintió bien por un tiempo, que pudieron pagarle los estudios en Ginebra e Inglaterra. Supo que quería ser escritor de chico, pero cuando dejaron de financiarlo (primero porque esa amante cayó en la pobreza y después por la muerte del padre) tuvo que trabajar de distintas cosas: obrero en Renault, lavaplatos en un restaurant, portero. En esos tiempos, incluso hasta llegaron a meterlo preso por su mal aspecto.
No obstante, logró entrar en un circuito de intelectuales y artistas, y así conoció a su primera mujer, Suzanne Valois, con quien se casó en 1921, emigraron a Austria y tuvieron una hija. Por esos circuitos, uno de sus textos llegó a manos de Colette, la escritora y editora con una vida más que interesante, quien decidió publicarlo en el sello que dirigía: este texto era Mis amigos que fue editado por primera vez en 1924, hace casi un siglo.
A partir de ahí, ya separado y de vuelta en Francia, a Bove empezó a irle muy bien: el éxito de Mis amigos le significó premios y reconocimiento por parte de varios autores de la época; y durante años publicó varios libros con su nombre y otros tantos con un seudónimo. Con el ascenso del nazismo y un país cada vez más antisemita, Bove se exilió con su nueva pareja (Louise Ottensooser, también judía y de buena familia) y su segunda hija; terminaron en Argel, donde además de seguir escribiendo, jugaba al ajedrez con André Gide y Saint-Exupery. Recién pudieron volver a Francia en 1944 y un año después, Bove murió por una enfermedad a sus 47 años.
Durante décadas, a pesar del éxito de algunos de sus libros, estuvo sin reeditarse en Europa, incluso en la propia Francia. Acá en Argentina, prácticamente no hubo nada con su firma hasta que Losada lo editó por primera vez en español y ahora, en este 2022, Mil Botellas lo trajo de nuevo con Mis amigos, su primera novela. Pero esta vez no fue Ramón Tarruella, el editor del sello, quien lo encontró, sino la traductora Salomé Landivar, con la que la editorial ya había trabajado en La vida de Chéjov, de Iréne Némirovsky, y a quien le hicimos un par de preguntas.
—¿Cómo llegaste a Mis amigos, a Bove?
—Muy de casualidad, no lo había leído previamente. En general, siempre estoy bastante atenta a las novedades y a los autores que entran en el dominio público, y veo que había entrado Emmanuel Bove. Lo googleé y me encontré con este autor, con una vida interesante, injustamente caído en el olvido, de su relación con Colette, con una historia en la resistencia, una historia muy interesante. Hablaban de esta novela y la conseguí pirata. Me la puse a leer ya pensando en proponérsela a Ramón porque en otras ocasiones me había hablado de Camus, del existencialismo, de Sartre, de esa corriente literaria de posguerra, y esta era una novela de posguerra, con tintes existencialistas. Además, me pareció fascinante la forma en la que está escrita, esa frialdad que tiene ese personaje al narrar situaciones, una vida bastante miserable. Me atrapó mucho, así que incluso sin haberla terminado de leer le comenté a Ramón que la estaba leyendo, que me estaba gustando mucho y me dijo que iba a intentar conseguirla, y le fascinó. Fue un poco así, por casualidad, cuando lo empecé a leer me di cuenta que encajaba con el catálogo de Mil Botellas.
La segunda pregunta (porque como dice el Pollo en Okupas, un par son dos, ni una ni tres) fue por algo que nos sorprendió al momento de cruzarnos con Victor Bâton hablando de vos (también como si fuera el Pollo), haciéndolo más cercano, más nuestro, como si pudiera ser un vecino que en vez de haber vivido la guerra, le hubiera pegado mal la pandemia (más que a todos, digamos) y en vez del Sena, tuviera de fondo el Río de la Plata.
—¿Por qué fue la decisión de hacerlo hablar con el voseo nuestro?
—Cuando traduje La vida de Chéjov, le consulté a Ramón si le parecía bien que usara el voseo, o el rioplatense en realidad (porque no fue sólo el voseo, sino permitirme usar palabras del rioplatense como si dijera, por poner un ejemplo más tonto, pollera en vez de falda), porque particularmente tengo una posición tomada respecto al español neutro, crítica. Me parece que es una lengua que en realidad no habla nadie, que tiene que ver con objetivos de mercado y económicos. Muchas editoriales de acá traducen al neutro porque tienen objetivos de exportación, pero siempre me pregunto hasta qué punto el neutro en realidad evita la posibilidad de que en otros países entiendan la traducción que uno hace. Y pienso en el caso al revés: por ejemplo, los españoles no tienen ningún problema en traducir a su propia variedad ibérica los libros que traducen. Muchos los criticamos desde acá, porque nos ajeniza mucho, pero a la vez tiene sentido que esos traductores decidan traducir a su variedad, porque también traducir a la propia variedad lingüística te da muchísimas más libertades al momento de la expresión y eso se ve mucho cuando hay caracterización de los personajes. Si hay personajes que hablan de una manera muy formal o informal, poder usar tu variedad te permite jugar mucho más con el registro de lengua que tener que hacerlo en un neutro que tiene una tendencia a estandarizar el lenguaje. No hago de esto una cruzada, traduzco a neutro también, no tengo problema, pero me pareció interesante para una editorial como Mil Botellas, que tiene fundamentalmente un objetivo de rescate de obras que quizás ya fueron traducidas, de proponer una traducción rioplatense. Eso hicimos con La vida de Chéjov y estuvimos de acuerdo en hacerlo con Mis amigos. Por eso, Victor Bâton vosea y usa algunas palabras del rioplatense. A mi particularmente no me parece que te expulse del texto rioplatense, porque que hable así no significa que es un porteño sino que está traducido a la variedad que hablamos nosotros como podría estar traducido a cualquier otra variedad.
Así, entonces, un francés como Víctor Bâton que tutea mientras pasea por las calles parisinas de posguerra, sin trabajo aunque diciendo que busca, entrando y saliendo de comedores y bares cuando tiene un mango extra, conociendo personajes de los que termina rehuyendo o excluido, intenta encontrar amigos para no sentirse solo. De eso trata esta novela en la que no existen horizontes luminosos. Al contrario, diríamos. “¡Pero el futuro me ha defraudado tanto!”, grita en un momento. Y a quién no, podría decirle alguien que lo acompañe en el sentimiento.
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Mis amigos, se consigue acá. Y La vida de Chéjov, acá.
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