No por trillado es menos cierto que la literatura siempre es un viaje. Y al revés también: los viajes siempre pueden ser literatura, al menos en dos sentidos. Uno, porque el viajero puede convertir su periplo en libro. Otro, porque una manera más de conocer lugares es a través de la literatura que se produjo en esas tierras. Eso siempre me gustó. Cada vez que pude andar por ahí, busqué textos surgidos de ahí. Así, con “Sólo cuando sucumba” conocí un pedazo de historia uruguaya por Cesar Di Candia o el erotismo de Virgilio Piñeira y otros en una antología increíble, unas aguafuertes de La Habana de Lezama Lima o poemas de la aymara Julieta Paredes. Más allá, dejé, casualmente, un Ocio de Casas para traerme una novelita mexicana con narcos y fantasmas, y más acá, guardo un fanzine con las poesías de Guille Plaza, un compañero del norte nuestro. Leer para viajar, viajar para conocer. Qué ganas de un plan así, ¿no?
Por suerte, en Argentina, la edición independiente tiene ojos puestos en todo el mapa. Hay cada vez más literatura latinoamericana, siempre hubo muchos títulos que llegan de Estados Unidos o de los países principales de Europa. Pero, ¿qué pasa más allá de las zonas iluminadas? Bueno, de eso se está ocupando Selva Canela, un flamante sello con dos títulos en circulación, uno traído de Australia y otro de Uganda. Y si faltaba más: los dos traducidos acá. Los editores curiosos y responsables son Iván Saporosi y Agustín Avenali, con quien tuvimos un ida y vuelta para La Ceremonia.
“Selva Canela nace de nuestra inquietud como lectores y nuestra curiosidad por lugares lejanos. Fuimos al primario juntos y siempre compartimos un costado nerd que tenía, entre otras aristas, la lectura voraz y chusmear mapas. Con los años, eso confluyó en preguntarnos por qué siempre leemos libros de los mismos países. ¿No se escribe buena ficción en partes más lejanas del mundo? ¿Cómo acceder a esas historias?”, nos cuenta Agustín, afirmando que todo sale de una pregunta que abre la búsqueda de una respuesta: “La cuarentena profunda nos ayudó a darle forma a la idea de crear una editorial para traer nosotros mismos a esas obras que queríamos leer. Iván (Saporosi) hizo un taller con Antonio Santa Ana, nuestra luz guía, que nos dio el esqueleto para arrancar y ahí nos mandamos”.
—¿Qué vieron en la actualidad de la edición independiente nacional que daba lugar al catálogo que proponen?
—Vemos que hay una gran oferta de editoriales pequeñas y medianas en Argentina, a la vez que siguen surgiendo nuevas, lo que parece una locura en un mercado que no es lucrativo, pero que nos entusiasma a quienes disfrutamos del leer. Contra todo pronóstico, somos muy optimistas. Cuando arrancamos, sentíamos que tanto en el universo independiente como en el mainstream tenían más preponderancia libros nacionales y de autores de países más cercanos culturalmente, por lo que nuestra idea de ir un poco más allá en la geografía iba a ser, al menos, novedosa. Y, sin dudas, estamos convencidos de que a mucha gente le pasa como a nosotros y quiere conocer estas historias que, aunque lejanas en el mapa, son cercanas en su humanidad.
“Los sueños del gato salvaje”, de Mudrooroo (con traducción de Martín Felipe Castagnet), es el primero. El protagonista y narrador de esta novela tiene 19 años y prácticamente pasó más tiempo encerrado que en libertad. Empieza con una nueva liberación después de 18 meses de cárcel por robo. En el encierro se ganó el respeto de los otros, afuera está lo difícil. Ahí lo persiguen, lo miran, lo prejuzgan por no ser blanco. Es un mestizo, descendiente de aborígenes, que sin embargo creció entre blancos porque la madre quería un futuro mejor para él y sus hermanos. No sirvió de mucho. Desde chico, estuvo atraído por las pandillas, los pequeños robos, los encuentros en el “bar lácteo”, un nido de delincuentes. En esa nueva libertad, nos comparte —con cinismo, con escepticismo, con desapego— su forma de ver el mundo, su lugar frente a la sociedad que no se cansa de segregarlo. Una tarde se encuentra con una chica universitaria. Un choque de mundos: la que es parte y el que no, pero que sin embargo encuentran puntos en común. Lecturas, sobre todo. Ella es quien lo desafía: lo difícil es hacer las cosas bien. Y ahí, digamos, pasan cosas.Y en esas cosas, no sólo seguimos de cerca la historia de este joven, sino de los pueblos australianos por los que anda, de esas sociedades, del racismo explícito, de su clasismo. En esta novela convive la aventura con, más que con la denuncia, la descripción y la reflexión social.
Mudooroo (1938-2019) es el nombre que Colin Thomas Johnson elige luego de investigar sobre sus orígenes y hacer los trámites legales para afirmar su identidad. Al final de la novela, hay un texto en primera persona donde resume su vida, esa búsqueda de identidad, los libros que lo llevaron de viaje (como Los vagabundos del Dharma, de Kerouac) y lo que significó Los sueños del gato salvaje, un libro por el que Penguin Books pagó los derechos en 1967 y que todavía sigue rodando.
El segundo libro nos lleva a Ugandaa fines de los ’70 cuando Idi Amín es derrocado y sus soldados, en la huida hacia los países vecinos, arrasaban las comunidades a su paso. Una de esas comunidades es en Hoima, al oeste del país, donde nació la autora Goretti Kyomuhendo (1965) y donde transcurre La espera, una novela publicada en 2005 y que Selva Canela, con traducción de Márgara Averbach, puso en nuestros estantes.
La espera, entonces, es esa espera —ese miedo, esa incertidumbre— de los soldados de Idi Amin que arrasan, roban, saquean todo a su paso. Está narrada por Alinda, una nena de 14 años, que a su vez nos transmite los valores de esas comunidades, la composición familiar, las herencias culturales de su abuela (Kaaka), de su Madre, cruces étnicos, con fondo ancestral. Al principio, no entendemos bien qué está pasando ni qué va a pasar. Pero de a poco se va abriendo la historia, vamos conociendo a esos personajes que, mientras nada pasan, se permiten bromas y juegos. Luego, las atrocidades de la guerra tomarán protagonismo y el horror dejará sus huellas. Para Alinda y también para nosotrxs, lxs lectorxs. No se trata de un libro de historia: esta es una novela de ficción que, si conocemos algo de lo que fue Amín en la historia universal, aporta los matices que los relatos históricos suelen dejar de lado. Y si no conocemos, estaremos ante un relato apoyado sobre todo en los diálogos, donde la voz que nos guía no termina por refugiarnos pero tampoco por dejarnos a la intemperie: ella tampoco está segura.
Kyomuhendo tuvo un recorrido universitario. Publicó varias novelas (La espera es la cuarta) tanto para adultos como para niños. En 1995, junto con otras escritoras, fundó la Asociación de Escritoras de Uganda (FEMRITE) para difundir a más mujeres: sabían que las editoriales archivaban los escritos de otras mujeres. La espera fue el trabajo con el que se graduó en el Máster de Escritura Creativa de la Universidad KwaZulu-Natal en Sudáfrica.
—¿Cómo llegaron como lectores a esxs autorxs y qué los decidió a publicarlxs?
—A partir de Selva Canela tomamos la costumbre de chusmear en catálogos de otras partes del mundo para ir conociendo autores y situarlos en nuestro planisferio mental. También investigamos sobre sus vidas, que nos parece muy importante para conocer desde dónde se escribe y por eso agregamos una pequeña biografía al final de cada libro. Después de eso leemos los libros y tratamos de imaginarlos en castellano y en manos de una persona lectora de acá. Si toda esa escena nos gusta y nos conmueve y creemos que puede andar, vamos por ella.
—¿Cómo sigue el camino?
—Queremos abrir el juego y no limitarnos a ser “los de los países exóticos”. Nos gusta la idea de jugar a ser arqueólogos y encontrar grandes tesoros en rincones que parecían olvidados, por eso también apuntamos al rescate de obras de países que son más habituales en nuestra escena literaria pero que, quizás, nunca llegaron acá o pasaron desapercibidos. Con eso en mente, la próxima publicación va a ser una novela de aventuras, con un toque de ciencia ficción, escrita por un francés hasta ahora inédito y desconocido en estos lares.
Agustín no lo dijo, pero sí el anuncio de la solapa de la contratapa: se trata de Jim Click o la maravillosa invención, de Fernand Fleuret. Habrá que ver qué paseo por Francia nos hace este próximo título.
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Los libros de Selva Canela, se consiguen acá.
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