La cita ocurrió el 30 de octubre a las 19.10 hs. Esos diez minutos de gracia fue un pedido de último momento para ver el homenaje al Diego por su aniversario de natalicio número 60 en el estadio de Gimnasia y Esgrima La Plata. Por su salud, Diego no se sentó en el banco durante el partido y nosotros cambiamos de pestaña para confluir pantallas distantes: en Arana y en Capital por Ocio, y en Los Hornos por Mil Botellas, con su editor Ramón Tarruella. Una muestra ejemplar de distanciamiento social a fin de conversar sobre literatura y sus rescates, sobre los circuitos, sobre Martín Malharro, entre otras aristas que hacen al catálogo de la editorial que por estos días alcanza sus 13 años de circulación.
El proyecto nació en noviembre de 2007. Intentó ser la pata editorial de Revista La Pulseada, un proyecto platense de comunicación comunitaria, pero no se dio y terminó siendo una búsqueda con un grupo de escritores y escritoras que participaban en uno de los talleres literarios que daba Ramón Tarruella por entonces: el primer libro fue una antología de cuentos de ese grupo. Luego, se fueron disolviendo pero la intención inicial de editar autores noveles y rescates aún se mantiene. También la de editar cuentos: “El cuento en ese momento estaba bastante marginado como género, no se publicaban. Es un género que se le esquiva un poco. No en todos los casos, pero se le esquiva. Fue también ir por ese lado. Una editorial independiente, alternativa, tiene que presentar un proyecto realmente alternativo, en todo caso ir por un espacio que las grandes editoriales dejan vacantes, o las editoriales medianas también. La primera colección que abrimos fue Brindis que fue y va a ser solo de cuentos. Creo que hay una gran cuentística argentina, también novelas. Había mucho para indagar, un terreno enorme para buscar, para bucear”.
En estos 13 años, el circuito independiente es otro a nivel nacional y en La Plata también: “Cuando arrancamos, estaban Godot, Milena Caserola, otras más, pero éramos pocos. Cuando hacían entrevistas a editoriales independientes, siempre nos convocaban. Ahora está lleno. Cambió. Es algo interesante. A mí me parece que hay mucho snobismo, hay mucho de una especie de “cuentapropismo” del mundo editorial, pero bueno, los movimientos son así, incluyen. Como dice Silvio Rodríguez, la prisa lleva maravilla y lleva error. En el caso personal, creo que perdí pisada en todo esto. Me parece que hoy en día quizás por varias cuestiones: el poco manejo de las redes, quizás seguir con un catálogo que no se aggiornó tanto a las cosas nuevas. Perdí terreno en ese sentido, pero es lo que me sale. Hacer otra cosa sería demasiado impostado de mi parte”.
“Con respecto a La Plata, creo que los chicos de Malisia han ocupado un espacio necesario, un lugar fundamental: literalmente el espacio físico de ese lugar, la organización del EDITA, la posibilidad de dar lugar a autores de la región. Me parece que toda gran ciudad tiene ese espacio: pasó en Córdoba, en Rosario, en Bahía Blanca”, destaca.
En todo este tiempo, “Mil Botellas fue formateándose”, dice Ramón, “aparecieron las traducciones, que fue hace poco y se abrió otro mundo ahí. Al mismo tiempo nació una colección de ensayos literarios y también una de entrevistas que dialoga con los ensayos; ahora en breve una colección de biografías. En los últimos años fui variando, yo también como editor me estoy formando con la experiencia”.
Rescatar de ayer para charlar hoy
De esas nuevas series de los últimos años, surgen las primeras traducciones (a cargo de Mariángel Mauri) de dos libros de Katherine Mansfield, los cuentos de Matrimonio a la mode y la nouvelle En la bahía. La colección de ensayos tiene dos títulos: uno de Héctor Tizón y otro de Rafael Barret, y las entrevistas son de Miguel Briante. A su modo, todos rescates, ¿o no?
—Hace poco leímos un posteo de Hernán Ronsino en el que decía que Briante no era un rescate, sino que tenía la lógica de las crecidas de los ríos, a veces más, a veces menos pero que siempre estaba ahí. Y por otra parte, en la primera edición de La Ceremonia del Ocio, hablando sobre Sara Gallardo comentábamos la idea de Leopoldo Brizuela diciendo que no era una autora olvidada o desaparecida, aunque el contraste entre los 90 y hoy en la publicación de su obra es notoria. De alguna manera, hay varios modos de rescates y lo notamos también en tu catálogo: no es lo mismo Briante que Mansfield, Zuhair Jury que Tizón. ¿Cuál es tu mirada sobre esto?
—La editorial quedó enmarcada en eso y me parece que está bien. Hace bastante hablaba con Luis Chitarroni estas cuestiones. Yo le comenté que me decían que la editorial era muy sesentista, y me dijo que ni me preocupara por eso, porque me iban a catalogar siempre. “Algún sello vas a llevar”, me dijo. Si uno repasa el catálogo de la editorial, hay muchos autores nuevos, Malharro, Bruno Petroni que ya tiene dos libros de cuentos. Más allá de que no es de los consagrados de los nuevos narradores, tiene una personalidad narrativa impresionante. Quizás lo de Sara Gallardo y Briante es distinto. Ahí quizás estoy de acuerdo con lo que dice Ronsino, pero no sé si estoy de acuerdo con lo que decía Leopoldo. Me parece que Sara Gallardo es una autora rescatada, una escritora que no se conseguían libros, que no se leía, que no se conocía y ahí está la virtud del rescate: el conocimiento o no del autor. Briante siempre de alguna manera se conoció, siempre se tuvo acceso a ediciones de él. En los ’90, Chitarroni publicó toda su obra en Sudamericana, incluso sacó Al mar y otros cuentos, que eran inéditos, sacó la antología de artículos periodísticos que es muy linda, estaba por sacar las entrevistas, que al final la saqué yo. Y más adelante, Página|12 sacó toda la edición de él con ilustraciones de Rep. Igual es el caso de Blainsten, que forma parte del catálogo. También de alguna manera siempre estuvo, porque en los talleres, en las recomendaciones, en ese listado de los escritores preferidos… Pero Sara Gallardo me parece que no, que es un descubrimiento. Lo mismo con (Antonio) Di Benedetto, creo que sí fue un rescate de Adriana Hidalgo, porque se empezó a leer después. Creo que hay autores que se siguen leyendo, quizás no están en las vidrieras pero se siguen leyendo, el caso de Briante, Blainsten, pero no me parece el caso de Sara Gallardo, de Di Benedetto. Creo que la literatura, el arte en general, está todo el tiempo dialogando entre sí y no tiene que ver con los tiempos. Eso pasa con la literatura, leés autores o autoras y tienen contemporaneidad. La idea es un poco esa. Como también creo que hay literatura contemporánea, actualmente editada, que va a sonar a viejo en cinco años, o quizás menos. La idea es pensar un catálogo donde pueda dialogar un pibe de 30 años con las novelas de Kordon, que fueron publicadas en los años 50, 60. La idea es romper un poco la idea del tiempo del mercado, que es algo que lo tenemos muy incorporado y pensar la idea de los catálogos a partir de una estética, de una presencia que a veces no tiene que ver con su tiempo. Hay autores que no fueron de su tiempo, el caso para mí más emblemático es Roberto Arlt, que es de los ‘60 no de los ‘20, de los ‘30, las dos décadas en las que más publicó. Arlt es un tipo que se lo descubre, se lo reconoce y tiene su influencia en los años ‘60. Me parece que es tratar de pensar desde ese lugar el catálogo.
—¿Pensás las reediciones de acuerdo a un nuevo público que lo podría estar esperando, o es una búsqueda personal más allá de eso?
—En un multiple-choice pondría “más allá de eso”. Uno está todo el tiempo rozándose con eso de un público que de alguna manera está esperando, o un público más receptivo a ese tipo de literatura. A ver, pasa con las autoras mujeres. El caso de Lucía Berlín, por ejemplo, sobre todo el primer libro. Me parece que en ese sentido a veces el rescate de alguna manera viene a complementar los requisitos del mercado. Estamos hablando de literatura, no hay ninguna verdad. Para mí Lucía Berlín entra en un público que está un poco esperando eso. En mi caso, la verdad que busco más lo otro, rescaté a Mansfield porque es una autora que me encanta, la vengo trabajando hace muchísimo, tengo infinidad de ediciones de diferentes recopilaciones, y fue una propuesta de Mariángel (Mauri), la traductora. Dudé por la cantidad de ediciones que hay en usados, pero bueno, funcionó. Siempre busco más allá de esa cuestión de mercado, igual no dejo de mirar el mercado, no dejo de leer parte de lo que anda funcionando en el mercado, eso no lo niego, es más lo reconozco. Por ejemplo, hoy no editaría algo que tenga que ver con la cuestión trans solo por la temática. Orlando de Virginia Woolf no la publicaría porque no me gustó, aunque me parece una autora super interesante.
—¿Leés en clave de rescate todo lo que te cruzás, o cómo es la metodología?
—Cuando empecé a leer, leía de todo y sin un recorrido previo. Cuando uno va incorporando ciertos ámbitos, tiene ya lecturas más orientadas, o por recomendaciones, o por el mercado. En su momento leía cualquier cosa. Me gustaba mucho leer colecciones y me parece que fue también una especie de formación de editor. Por ejemplo, una colección de Legasa que dirigía Jorge Lafforgue, esos libros realmente no fallan, son excelentes. Fui confiando en esa colección y fui comprando. Lo mismo con esas colecciones de sellos más grandes como la de Centro Editor de América Latina. Kordon por ejemplo, me acuerdo la vez que compré los Cuentos completos Tomo I de Corregidor en la calle Corrientes y me parecieron increíbles. Fue así, muy improvisado. Después ya no, te vas orientando, te van recomendando. Ahora estoy leyendo una novela de Liliana Heer, Bloyd, que la tenía ahí, y es de la colección Ómnibus, que también la dirigía Lafforgue. Los narradores de hoy, del Centro Editor de los 60, 70, es buenísima. Eso creo que fui buscando: las colecciones. Ahora mismo los veo y los compro. Hay un criterio, ahí está la figura del editor. En el caso de esa, la dirigía Luis Gregorich, que es un editor muy ponderado.
La pandemia pausó la vida de casi todos, también de Mil Botellas. Hace unas semanas, con la frase de “volvemos a las canchas”, Ramón anunció en redes que hay un nuevo título entrando a imprenta: la biografía de Antón Chéjov de Irène Némirovsky. Otra traducción, otro rescate, otra autora. Dice:
—Ese es un rescate pero no mío. La leí a Némirovsky en ediciones Salamandra, que fue la que la rescata. Leí El baile, una novela corta hermosa, y empecé a buscar. Lo que tiene ella es que se ha publicado casi todo y es muy despareja, hay novelas que son muy buenas, otras que no. Y después, la biografía es un género que me gusta mucho. Una vez buscando encontré esa de Chéjov, editada en Libros del Mirasol, en los 60. Yo pensé que era una novela, porque se llama La vida dramática de Chéjov, y no, era una biografía. La leí, me encantó. Así que busqué una traductora de francés, porque es rusa pero por el padre judío, cuando cae la Revolución Rusa, con el miedo a la expropiación, se van a Francia, ella siendo muy chica. Y desde chica adopta la lengua francesa para escribir también. Encontré a Salomé Landivar que hizo una muy linda traducción, un laburo bárbaro. Y Chéjov me encanta también, creo que es uno de los grandes cuentistas que marca una transición entre el cuento del siglo XIX y el siglo XX, eso lo cuenta en la biografía, de poner lo extraordinario en lo cotidiano que marcó una línea que siguieron Carver, Mansfield, O’Connor. Es muy interesante. Ahí fue en todo caso el rescate del libro, no tanto de la autora. Esta biografía es bastante desconocida.
El personaje de Martín Malharro
Queríamos hablar de él porque nos gustaban sus clases, nos encantaron sus novelas y además, tenemos un plus: suyos fueron los primeros dos libros que se llevó una lectora cuando abrimos la librería en junio de 2020.
Era controvertido para quienes estuvieron en sus cursadas de Gráfica III los lunes por la tarde en la Facultad de Periodismo de La Plata: por sus modos, sus tonos, sus exigencias, sus burlas, su forma particular de plantear la relación docente-alumno. Cuando murió sorpresivamente en mayo de 2015, también se supo que era de esas personas que merecían el reconocimiento y el cariño con el que se lo recordó. Y además, dejó una saga de cuatro novelas policiales en la serie La balada del Británico que le dio vida a su detective Mariani y que editó Mil Botellas. “Varias veces me han escrito porque ‘sé que ustedes publican policiales’ por esa saga, es como decía Chitarroni, cuando te quieren catalogar…”, se ríe Ramón.
—¿Cómo llega Malharro al catálogo?
—Fue azaroso. Hoy hablábamos de las charlas que organizamos en el Malvinas, y organizamos una de Literatura y policiales. Por recomendación, yo había cursado con Malharro de oyente, pero justo empezaba a dar clases, tomé unas horas y tuve que dejar. Después cuando hicimos esa mesa, vinieron Álvaro Abós y Martín. Me escribió en 2010 diciendo que se acordaba de ese encuentro, que tenía una novela policial que la había terminado, que estaba durmiendo hacía un tiempo en Sudamericana, que quería que la lea, con esa falsa humildad que tenía Martín (en ese momento no más, cuando hubo confianza ya no hubo más falsa humildad). Me la mandó, la empecé a leer un sábado y me encantó. A la semana le escribí, le dije que me gustaba, que la quería publicar. Así que nos juntamos en un bar cerca de Congreso, en el Bar Casablanca. Y en diciembre de 2010 salió Calibre .45. Ahí empezó el vínculo. A veces insisto en que la concentración del mundo editorial a las editoriales independientes creo que nos benefició, en el punto de todo el terreno que dejaron por explorar. Esa novela, Calibre, la tuvo Chitarroni, se la quiso publicar pero la tuvo durmiendo algo así como un año, y no la publicó. Chitarroni se acuerda. Una vez le llevé unos libros y me dijo “traeme las de Malharro”. También me dijo: “Con Fogwill, deben ser los únicos autores de la literatura argentina que saben de armas”. Martín sabía mucho de armas. De hecho, cuando presentamos Calibre, en el CCC en Buenos Aires, nos sentamos y me pasó por abajo de la mesa un proyectil calibre 45. Esas cosas de Martín para que uno después lo cuente.
Vale la aclaración: Calibre fue la primera que publica Mil Botellas, pero era la segunda de la saga. Banco de niebla, que inauguraba la serie había sido publicada por la editorial de la Facultad en una edición corta, y salió reeditada en Mil Botellas posteriormente.
—Era un personaje también. A veces me llamaba por teléfono sin avisar y continuaba la última discusión que habíamos tenido. Extraño mucho esas charlas con Martín. Siempre hablábamos de literatura y de política. De literatura política y policial era impresionante lo que estaba informado. De hecho la última vez que nos vimos me acuerdo que estaba indignadísimo con el libro de Bonasso, Lo que no conté en Recuerdos de la muerte. Eran unas charlas super interesantes. Nos tomábamos un café, se fumaba 88 cigarrillos. Siempre una mirada interesante, distinta. Me acuerdo que cuando murió Néstor, estábamos en plena edición. Y él me dijo: “Esto es un garrón, pero no le va a ser mal al peronismo”. Eso me impactó.
Ramón resalta los buenos gestos: que solo quería libros y cedía los derechos, que cuando estaba “jodida la cosa” esperó unos 7 meses para editar Carne seca, que era muy relajado y libre al momento de la corrección. La saga salió completa: Calibre en 2010, Carne seca en 2012, la reedición de Banco de niebla en 2013 y Cartas marcadas después de su muerte, a fines de 2015, con una presentación y homenaje en abril de 2016.
“Después vino la traducción al francés. Allá se publicaron Calibre y Carne seca. Fue una linda experiencia traducir una novela así allá”, cuenta. Esas dos –como las otras dos también– tienen un anclaje muy claro a la realidad política argentina, con sus momentos y sus personajes. Un ejemplo divertido: en Carne seca, Demarchi, uno de los personajes, recibe a Mariani en el Bar Británico al grito de “¡Viniste, papá!”, imitando al diputado Imbelloni cuando recibió así a Herminio Iglesias en el Congreso. Quizás en este momento, hay un lector francés descifrando nuestra primavera democrática porque Martín Malharro se ocupó de novelarla. Un poco esa era su gracia: darle vida propia a los detalles.
Malharro fue nuestro último punto. No teníamos más mate, Gimnasia ya había ganado 3 a 0 y no queríamos mirar más pantallas. Fuera del aire, lo primero que nos dijimos fue que nos merecíamos descorchar un vino. Eso hicimos. Eso, quizás, volvamos a hacer ahora.
* Esta entrevista se publicó en el newsletter La Ceremonia del Ocio, al que podés suscribirte acá.