Me interesa abordar el policial porque me permite hacer una «narrativa tensional». Y eso es lo que yo quiero escribir. La estructura del policial reúne dos componentes inseparables que se alimentan entre sí: enigma y suspenso.
El enigma o la intriga en narrativa se genera cuando un personaje se enfrenta a un problema de difícil solución. Ese problema es, claro está, un delito y, el personaje, puede ser un detective, un periodista, un delincuente, etc. A veces, tal como dice Onetti, el detective es el lector mismo.
El suspenso se produce mediante un clima que genera en el lector una expectación ansiosa o impaciente. El lector desea abrir la puerta misteriosa y descubrir lo que se oculta detrás de ella pero, al mismo tiempo, tiene miedo de hacerlo. Estas dos emociones: deseo y temor son inseparables en la «narrativa tensional».
Otro elemento que, a mi juicio, necesita la «narrativa tensional» es el «cliffhanger» o gancho, o anzuelo para que el lector espere con ansiedad el inicio del siguiente capítulo. Este es un recurso del folletín y de la vieja novela por entregas, la «pulp fiction».
Alfredo Benialgo, autor de El desierto de la melancolía (colección Pesquisa de la editorial Final Abierto, 2021)
Lo primero que se reconoce como género policial son los cuentos de Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe, publicados en 1841, con el investigador Auguste Dupin como protagonista. Después, llegó Arthur Conan Doyle con el mítico Sherlock Holmes y ya a principios del siglo XX, Agatha Christie con Hércules Poirot. Investigadores, detectives, que usaban el método deductivo para resolver los crímenes, casi todos sucedían en las élites. Después, en Estados Unidos, sobre todo en los años 30 durante la Gran Depresión, con una impronta de denuncia social, surgió la “novela negra” con referencias claras en Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Lo de “negra” surgió porque, si bien los relatos se corrieron de las clases altas y se metieron en ambientes más sórdidos, los primeros fueron publicados por primera vez en la revista Black Mask, fundada en 1920. Por eso, porque salía en revistas baratas por entregas como en los viejos folletines, en papel “´pulp”, onda comic, al policial se lo tenía como un género menor. Pero no entraremos en eso que, a esta altura, es una provocación.
Alfredo Benialgo hace su lectura del asunto: “De la novela policial negra se ha dicho, con absoluta exageración, que es la novela social moderna. Eso es un concepto marketinero. El policial negro, cuando es bueno, muestra, como toda la literatura, lo malo y lo bueno de la condición humana. Es cierto que muchas veces participa de la denuncia social. El efecto que tiene en la realidad esa participación es, como toda manifestación artística, relativo”.
En Argentina, el género surgió en 1877 con la novela La huella del crimen, de Raúl Waleis, seudónimo de Luis Varela. También Paul Groussac y Víctor Juan Guillot fueron algunos de los precursores, que luego sumaría a autores fundamentales como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, tanto por sus cuentos como porque dirigieron la colección de policial El séptimo círculo, que significó poner sobre la mesa un canon de lectura, también los primeros libros de cuentos de los que luego renegó Rodolfo Walsh, entre otros tantos.
Ahí hablamos de mediados del siglo XX, pero el policial siguió de distintos modos presentes, y sobre la actualidad Benialgo dice: “Hay de todo. Hay muy poca originalidad. Hay mucha repetición de los viejos modelos inaugurales, tanto en las novelas de enigma como las negras. Hay mucha injerencia del periodismo. Hay mucho oportunismo. Creo que este mal se debe a una estrategia de venta de las grandes editoriales, que han extendido el mercado hacia lectores a los que no les interesa leer literatura sino temas específicos. Esto es válido para todos los géneros. La mayoría de lo que leo, lo abandono antes de la mitad. Estoy convencido de que en la actualidad a la buena literatura la publican las editoriales independientes. En cuanto a escritores hay, por suerte, hermosas excepciones. Entre los argentinos menciono a Facundo Ré, a José Henrique y a Cristian Mitelman, cuya última novela, negrísima según mi opinión, acepta la ubicación en más de un género”.
El relato periodístico, fue dicho, usa los recursos literarios para narrar hechos policiales. El caso evidente y paradigmático es Operación Masacre, de Walsh, pero también, por ejemplo, existe un portal periodístico que narra la violencia social y se llama Cosecha Roja, en homenaje a la novela homónima de Hammett. La tradición acá, antes y después, fue plural, diversa, frondosa. Policiales más clásicos, policiales negros, híbridos de todo tipo. El desierto de la melancolía, de Alfredo Benialgo, es un policial con elementos fantásticos, o viceversa. Veamos.
***
Con respecto al cruce de géneros, Bioy Casares entendía que entre la racionalidad del policial y lo irreal del fantástico existen secretos vasos comunicantes. Yo creo que esa caracterización tan severa de encajar al policial solo dentro de lo racional es más una cuestión de editores que literaria. Creo también, considerando lo que mencioné acerca de la «narrativa tensional», que los límites son mucho más difusos de lo que se dice. Pensemos por ejemplo en la película Blade Runner que encaja perfectamente en cualquiera de los dos géneros.
El desierto de la melancolía es una novela compleja que trata sobre el paso de la vida a la muerte. Ese es un lugar o un estado del cual nadie nos puede hablar porque no existen testigos que hayan regresado del otro lado. Ahí tenemos un campo enorme abierto a la especulación y al juego literario. Me resultó inevitable ingresar al género fantástico. Se me ocurrió utilizar el universo onírico porque esa también es una zona misteriosa para el conocimiento humano. Mi vieja falleció luego de un largo proceso de deterioro físico y mental. Ella, de pronto, se despertaba y contaba, por ejemplo, que había hecho un viaje. Era tan vívido su relato, tan apasionada la descripción de las sensaciones que había tenido en ese viaje, que yo le creía. Para nosotros, para mí, para mi hermana, que la escuchaba junto a mí, ella había viajado de verdad. De lo único que estamos seguros respecto de los sueños es que el inconsciente se entrevera con la realidad. No sabemos si los episodios de un sueño ocurren linealmente o si se superponen, ni cuanto duran, ni si lo que recordamos es todo un sueño completo o solamente una parte de este. Yo no quería que el ingreso a lo fantástico fuera explícito, concreto o claro, sino que diera la sensación de que la realidad se extendía hacia otro orden de las cosas, tal como ocurre en los sueños. Traté de ser lo más ambiguo posible en ese aspecto.
«En todos los sueños hay una señal inicial. Una voz, un olor, un deseo. Después de percibirla nos incorporamos a un mundo que, aunque inerte, ya existía y nos estaba esperando para cobrar sentido», se lee en la novela. El desierto de la melancolía, de Alfredo Benialgo, tiene esa ambigüedad desde el principio. El joven fiscal Alves llega a San Benjamín del Tigre para investigar un crimen. Enseguida, los vecinos del pueblo, que vieron qué fue lo que pasó, se lo cuentan. Pero las circunstancias no acompañan tal claridad: el cadáver está guardado entre hielos en la cocina del bar; en la comisaría está detenido el presunto culpable pero lo cuida otro vecino, no la policía que nadie sabe bien dónde está; el médico del pueblo colabora a medias con lo poco que tiene a mano; Alves se aloja en un Hotel en el que se le dificulta dar con alguien. Y así, las rarezas se suman, se mezclan, no cesan. Al contrario. Con humor y con la pericia del policial, también con profunda humanidad, Benialgo construye una historia que se complejiza cada vez más y que quedará como huella en la memoria de un viejo Alves, que aparecerá en su lecho de muerte como narrador de aquellos días en San Benjamín del Tigre. Tiene la deducción del policial clásico y también lo sórdido de la novela negra, tiene lo irracional del fantástico y lo real de un pueblo olvidado, también de lo soñado, de lo recordado.
“Está muy bien que digas que no termina de anclarse en ninguna de las dos ramas principales del género policial. Se agarra y se suelta de uno y de otro, diría yo, y agregaría que también lo hace del género fantástico. Alves, el juez, anciano y moribundo, es, en ese tránsito a la muerte, otra vez un joven fiscal que investiga un crimen. Es decir, hace el trabajo que hizo durante toda la vida: investiga la realidad de los hechos. Pero, al mismo tiempo, es investigado o interpelado por esa «realidad» y esos «hechos». Es un investigador sorprendido permanentemente por esa extensión de la realidad”, dice Benialgo.
***
Del género policial se dijo de todo pero siempre tuvo lectores, escritores, editores. Siempre estuvo presente, tal vez porque la violencia también. Acá, hoy, en la escena independiente, hay colecciones dedicadas al policial, hay editoriales del género (como Revolver), hay autores dedicados al género y autores que lo tocan a la pasada (para muestra, sobra Mil Botellas: ya hablamos de Martín Malharro alguna vez con su editor Ramón Tarruella, que el mes pasado inauguró una colección de cuentos del género de autores que no son del género). Grandes intelectuales del campo literario le dedicaron tiempo, lo hizo Piglia, lo hace Sasturain, y se hizo (¿se hace?) un festival literario sobre el policial, Buenos Aires Negra, donde por caso, Benialgo conoció a John Connoly, uno de las influencias de El desierto: “Fue muy importante para mí descubrir la obra de John Conolly, un escritor irlandés que incorpora elementos sobrenaturales al policial. Él decía que el escritor no debe escribir sobre la realidad sino sobre la verdad, y la verdad está compuesta de cuestiones personales reales e irreales. Con esa verdad personal andamos por la vida cada uno de nosotros. Esa verdad nos condiciona, nos modela”.
Para abundar en los ejemplos de la actualidad policial, «El desierto de la melancolía» fue editada por Final Abierto en la colección Pesquisa, dedicada al género.
—¿Cómo llegaste a Final Abierto, por qué la elegiste?
A La Editorial Final Abierto llegué via fsbk. Tal como hice en mi anterior novela, recorrí el camino de todos los escritores. Hice un rastreo de editoriales a través de las redes sociales y de internet. Buscaba mails o página web o perfil de fsbk o instagram y enviaba la propuesta de edición de la novela. Entre muchas que me respondieron, Final Abierto fue la que reaccionó más rápido y la que me hizo la propuesta que consideré más conveniente. La elección de editorial comenzó cuando me respondieron diciendo que estaban interesados y que querían hablar al respecto. Ahí me puse a averiguar quienes eran, pregunté a amigos editores y escritores. Todos me dieron buenas referencias y le di para adelante.
La novela la consiguen acá y si viajan a La Plata para la Feria Edita, lo encuentran en el stand 4 de Final Abierto. Cuando lo tengan en mano, aconsejamos empezar su lectura alrededor de las 20 horas de un día cualquiera, con una copa de vino tinto al alcance de la mano; marida muy bien con malbec. Al abrir el libro y adentrarse en la historia, notará que fue escrita con una rutina similar.
***
Esta nota salió en La Ceremonia del Ocio, el newsletter que cada sábado llega a las bandejas de entradas de todas las personas que se suscribieron acá.